Domingo por la mañana, abrir los ojos, mirar por la ventana y comprobar que el tiempo cumple su parte. Es pleno agosto y hace un día soleado y bastante caluroso para ser solo las 8 de la mañana.
Salto de la cama sin problemas, soy de despertarme pronto aún no habiendo dormido especialmente bien por el sofocante bochorno de esta ciudad.
Dedico unos minutos a mis rutinas diarias, me preparo un café con más leche que café para compensar los solos con hielo del resto del día y enciendo el portátil.
Pertenezco a ese grupo de personas que madrugan y trabajan mientras todos duermen apreciando a su vez el silencio de una ciudad todavía adormecida.
Así que de 8 a 10 estoy dándole a las teclas; respondo emails y preparo algún documento para adelantar trabajo de la próxima semana y, como no podía ser de otra forma, escucho la radio de fondo; un poco de actualidad de buena mañana para estar al día.
Me siento bien.
Este relax matutino me hace pensar en algo que he detectado en estas últimas semanas. Y es que ahora, decir que has aprendido algo de este medio año que hemos vivido suspendidos en el tiempo, ya no está de moda. Las modas pasan rápido, sobre todo en Barcelona.
Pero reflexionando, por lo que respecta a mi, gran amante de mi ciudad, este parón, este “bajar una marcha”, me ha reconectado con ella.
Siempre he disfrutado de pasear por las calles de Barcelona, reímos con algunos amigos de la cantidad de restaurantes y bares que conozco, sé anécdotas e historias de “la Barcelona de antes” que me cuenta mi madre. Sin embargo había dejado de visitar algunos rincones únicos con la excusa (justificada, desde mi punto de vista) de que están llenos de “guiris”. Y uno de estos rincones es la playa.
Soy asidua a los paseos matutinos por el paseo de la playa de la Barceloneta, en verano y en invierno; pero ¿bañarme? ¡ni loca! está sucia y llena de turistas. Esto es lo que solía pensar.
Las personas, repletas de defectos, somos así; no vemos lo que tenemos enfrente y deseamos lo que no tenemos. Afortunadamente para mi, esto ha cambiado desde hace unos meses.
Son las 10.30 y con el trabajo hecho, biquini endosado y cesta de playa colgando del hombro, me dispongo a salir a la calle dirección playa; bueno playa o algo mucho mejor, pienso.
Mi paseo suele durar unos escasos 15 minutos. La playa la tengo cerca, a cinco minutos a paso ligero, pero donde voy, que no es cualquier lugar, está al final del paseo. Acostumbro a hacer la misma ruta aunque con pequeñas variaciones, pues dice mi madre que no es bueno volverse adicto a las rutinas, y siempre, siempre, me pongo música.
Estos días escucho mucho Taylor Swift, de hecho, siempre me ha encantado, pero su nuevo disco me tiene enganchada. Coloco bien mis airpods y le doy al play. Muy posiblemente oiga una única canción en bucle, aprecio escuchar los instrumentos, la voz y entender la letra, para después aprendérmela de memoria.
Sin darme cuenta llego con Taylor a un lugar que es un disfrute para alguien como yo. ¡Cómo no me había parado antes a valorar lo que es tener un Club en la misma playa de Barcelona!
Extiendo mi toalla en una hamaca y me tumbo al sol. Pienso para mis adentros que siendo “nueva” por allí, en poco tiempo me he hecho a la idea de las personas que acuden a este lugar. Me los imagino como personajes de una obra de teatro.
Digo que es perfecto para alguien como yo porque disfruto observando el entorno y a las personas que se encuentran en él. No por cotilleo, siendo sincera, la vida de unos desconocidos no me interesa lo más mínimo. Pero ver como se relacionan las personas e incluso aprender de conversaciones ajenas, me entretiene sobremanera.
El perfil de personas que te encuentras en el Club, para mí es uno solo, muy concreto. Y a la vez, creo que lo que para mí es de una claridad cristalina, puede quedar difuso cuando solo ves personas sin nada más que un bañador y una toalla.
Desde mi tumbona pienso que me encantaría encontrar un adjetivo nuevo para definir a esas personas. Lo que me viene a la cabeza un poco recalentada por el sol es que serian el equivalente de lo que en ropa llamamos “arreglado pero informal”.
No puedo soportar más este sol y decido ir a darme un baño.
El agua esta muy fría, como escuché decir un día a una señora, “hay que hacer un acto de fe para meterse en esta piscina”. Así que por ahora me siento en el borde y meto las piernas para ir aclimatando el cuerpo. Desde aquí, aproximadamente la mitad de la piscina, se tiene una vista panorámica de la zona.
A parte de los y las que lucen cuerpo, lo que más llama mi atención son los corrillos de señores y señoras, de edad seguramente avanzada pero difícil de definir pues queda oculta tras el moreno trabajado durante todo el año y las carnes prietas de nadar. Estos grupos, pocas veces con los sexos mezclados, arreglan el mundo mientras se refrescan. Son habituales, o mejor dicho, históricos del Club, por lo que se sienten en casa y se les nota en la forma de desenvolverse.
De todos ellos me fijo en un grupo de cuatro estupendas señoras, que ya he visto otras veces. Sin sumergir la cabeza y con gafas de sol dentro del agua, hacen pequeños pasos para mantener la temperatura corporal mientras, ellas sí, cotillean, sobre algunas de las pequeñas celebridades que visitan el Club. Me hacen gracia. Pienso que se ven en forma, y haciendo lo que les da la gana. Esto les sienta bien. ¿Me pareceré a ellas cuando tenga su edad? “Tan de bo” como diríamos en catalán.
Se ríen y siguen con sus cosas mientras yo me animo a meterme en el agua.
Hechos los aspavientos propios de meterme en una piscina que todavía no comprendo como puede estar tan helada en pleno agosto, empiezo a sentir bienestar. ¡Ahora entiendo porque la llaman la piscina de los malos rollos! ¡Te los quita todos mientras te concentras en sobrevivir aquí dentro!
Unas carcajadas interrumpen mis pensamientos, miro hacia un lado fuera de la piscina, otro grupo de habituales, en este caso señores. Señores que parecen niños. Se meten unos con otros, bromean, se ríen, hablan de fútbol... Se pasan el día aquí, su moreno no engaña. Pienso en si ya se conocían de antes o si, en cambio, es una amistad de las que se construyen no sabes como. Te ves todos los días, compartes aficiones, compartes soledad, y se crea un vínculo que con el paso del tiempo vas apreciando.
Nado un poco y siento la piel de gallina. Me gusta refrescarme con el agua fría pero no aguanto mucho rato. Salgo del agua, ducha de agua dulce y vuelvo a la tumbona.
PARTE II >>
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