VIDA DE CLUB (PARTE II)


Leo unas páginas de una novela que no me tiene muy enganchada y me está costando cogerle el ritmo cuando oigo hablar en italiano cerca de mi. Bajo el libro con disimulo y saco los ojos por encima para ver quienes son. Todavía tengo fresco mi italiano y me complace ver que puedo entenderlo sin dificultad.

Sin embargo, me sorprende pues no es lo más habitual encontrar extranjeros por aquí.

 

Escucho un poco la conversación y me fijo en la dama que está al teléfono. Una señora bastante mayor, de casi setenta años diría yo, pero ciertamente, muy bien llevados. Elegante, media melena casi blanca, con todos los complementos elegidos con cuidado y buen gusto, que dejan entrever una belleza que se resiste al paso de los años. Dejo volar la imaginación y pienso si será una actriz o modelo retirada que ha venido a visitar a sus hijas, mucho menos elegantes, que la acompañan tumbadas a su lado leyendo el periódico.

 

Vuelvo a mi novela. De fondo, conversaciones sobre la actualidad que nos rodea, sobre las vacaciones, los negocios... De repente, un sonido de conexión de cables y altavoces ajados suena por todo lo alto. El himno del Club resuena por todos los espacios de estas viejas instalaciones y anuncia que son las dos del mediodía.

 

Este momento siempre me hace reír. Por un lado, no deja de sorprenderme que se mantengan estas tradiciones, que, de hecho, son las que le dan personalidad a este sitio. Por otro, es entrañable ver que a nadie le molesta. De hecho algunas personas lo tararean y me viene a la memoria que constantemente veo socios con bañadores, camisetas y albornoces con el escudo del Club.

 

No es solo venir a bañarse o a hacer deporte, es formar parte de algo más.

 

Con estas reflexiones oigo que mi estómago considera que ya es hora de ir a comer, levanto de nuevo la vista, veo a lo lejos una mesa libre a la sombra en el chiringuito del Club, y cubriéndome rápidamente con un vestido playero, me voy a comer.


Es sentarme en una de estas mesas y desorientarme. Podría estar en cualquier sitio del mundo, bueno no cualquiera, uno que me traiga buenos recuerdos y me abstraiga por unas horas de la realidad. Podría ser Mojácar, en Almería donde pasé algunos veranos de mi infancia, pero podría ser también el Caribe Mexicano. Hits musicales sin época ni edad suenan por los altavoces, corre una brisa suave, hace calor, ves a la gente transitar por el paseo, pides una botella de vino blanco muy fría y sencillamente te tele transportas.

 

Hace ya unas semanas que un grupo de personas, bastante mayores, llama mi atención cuando voy a comer. Siempre están allí, cuando llego ya están en la mesa, cuando me voy, siguen allí. Primero dos, una pareja que pide los mojitos de dos en dos y después se van uniendo los demás, siempre los mismos. ¿Lo más destacable de ellos? que disfrutan, que gozan del verano, de los amigos, del comer y el beber, y sólo verlos ya se te contagia algo de esa alegría.

 

El clima que se respira en verano acompaña a este estado de ánimo desenfadado. Transcurren los días sin horarios, sin obligaciones, sin que las preocupaciones estén en la primera línea de tus pensamientos. Uno está más abierto a conversar con desconocidos, a sentirse bien y también tienes la tranquilidad necesaria para poner en orden algunos pensamientos para la nueva temporada.

 

Creo que hoy me quedaré hasta tarde, en mi tumbona. Cuando el sol ya no pica tanto y hasta puede venir bien cerrar los ojos cinco minutos y descansar de descansar. Reposar la mente.

 

Abro los ojos, las seis de la tarde. Va siendo hora de salir de este oasis y volver a casa. El plan perfecto para una noche después de un día de sol sería una cena en una terracita. Lo pensaré.

 

Mientras tanto, de camino a casa paro a comprar un batido de coco. De las bebidas más extraordinarias que he descubierto en los últimos tiempos. Difícil de explicar lo que se siente con el primer sorbo de esta bebida, a mi solo me salió decir ¡MMmmm! después de los tres primeros sorbos.

 

Refrescándome de camino a casa con mi batido de coco pienso en el día de hoy. Me siento afortunada de poder disfrutar de este lugar, y también de ser capaz de apreciarlo. Tengo suerte de saber que en estos lugares, en estos días como el de hoy, que transcurren en mi ciudad, que podrían parecer poco especiales, es donde reside parte de mi felicidad.

 

Mañana lunes, trabajo, pero intentaré bajar, ni que sea un ratito por la tarde, a visitar mi obra de teatro favorita.



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